Wednesday, May 03, 2006

Revivir un veterano de la segunda guerra

Aca trataré de documentar la restauración de un viejo veterano de la 2da Guerra mundial, un ford GPW 1942.
El jeep lo encontre en la 7ma Región, Linares 300 Km al sur de Santiago, depues de mucho buscar, mi primeros trabajos fueron retirar todo lo que no corresponde al jeep, tenia muchas adaptaciones partiendo por los asientos, espejos, soporte del estanke, luces de viraje delanteras y traseras, etc, el tanque de bencina era de un Willys MB 1943, enterrado en la arena de una playa en la costa central de Chile. Lamentablemente no había nada más que rescatar.

El 1 de Octubre 2006 se trajo de San Javier donde estubo mientras se conseguian las piesas faltantes, con rumbo a Santiago, para terminar su proceso de restauración, la caja de cambios ya se restauró completamente, rodamiento, bujes y empaquetaduras nuevas, viene el turno del motor y los ejes con los sitemas de freno. esto se hará mientas se procede al trabajo de pintura, para luego comnezar el armado y poder rodar como cuando salió de fabrica en 1942.

Pronto más fotitos con los avances de mi regalón.

Y para los fanaticos de estas maquinitas, un regalito..

Historia de un viejo jeep

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, miles de Willys MB y Ford GPW del ejército se vendieron como rezagos militares en el mundo entero. Hoy, la mayor parte de ellos han sido desechados, pero una preciosa cantidad se han quedado entre nosotros como una parte de la historia. Ésta es la historia de uno de ellos.

El viejo Jeep estaba cansado, y su cuerpo magullado se veía particularmente ojeroso en la tarde otoñal. Era su quincuagésimo cumpleaños y, más que nunca, sintió todo el peso de una vida de servicio en sus desvencijados elásticos. Como siempre, él puso el lomo, siempre haciendo el trabajo que se le demandó, pero en días como este, cuando hace frío y su dueño prefiere la Dodge Ram dejando el Jeep en el establo mohoso, decrépito, las viejas memorias se arrastran hasta él, haciendo señas, recordándole mejores días.
Él recordó la soleada mañana otoñal cuando la caja de madera fue sellada y estibada en el vientre de un barco de Libertad para el largo viaje hacia África del Norte. Recordó cómo fue ensamblado en un provisorio galpón, el sol deslumbrante de Túnez calentando sus asientos de lona nuevos. Durante dos largos años, sirvió orgullosamente en una división de Infantería, siendo ametrallado varias veces en el transcurso de la guerra. Algunas veces, cuando el tiempo era extraordinariamente frío, sentía un dolor sordo en su panel lateral, donde muchas capas de pintura nunca habían logrado tapar la abolladura producida por un obús del .50.
Cincuenta años de trabajo habían desdibujado, pero nunca borrado, el olor de batalla de su cuerpo, la mezcla persistente de sudor, pólvora, sangre y, sobre todo, miedo. Dos veces tuvo a su conductor muerto sobre él, dejándolo solo, indefenso, en medio de una batalla rugiente. Pero siempre otro joven montaba de un salto sobre él y lo llevaba hacia zonas seguras. El tiempo había desdibujado las caras de la mayor parte de sus compañeros de armas, pero él todavía podía oír a Jonesy, un soldado joven que agarró también el volante apretadamente, dirigiéndole suavemente la palabra, rogándole que no se rinda, que mantenga la última gota de agua en el radiador rajado, abriéndose paso alrededor de las líneas enemigas durante un contraataque alemán en alguna parte de Bélgica.
El Jeep recordó orgullosamente el día que fue conducido a través de las calles de una París liberada, con la bandera de los Estados Unidos de América flameando triunfalmente en su espalda. Todavía podía oír las alegrías y oler las lágrimas agradecidas y las flores que caían sobre él aquel día. Qué tan felices los jóvenes soldados habían sido ese día, boquiabiertos ante la Torre Eiffel, robando besos a cada una de las chicas francesas que los siguieron a todas partes.
Después de la guerra, fue a parar a Bélgica, despojado de su ametralladora y sus radios y vendido a un joven agricultor que lo usó para tirar de un arado. La joven esposa dijo a su marido que el color verde oliva del Jeep le recordaba a la guerra, así que recibió la primera de un sinnúmero de “repintadas civiles”, siendo esta rojo fuerte. Por largos años, vio la tierra flamenca brindar su abundante cosecha y los hijos del agricultor crecieron altos y fuertes. Uno de ellos, el más joven, lo manejaba a menudo, y después de la muerte de su padre, lo llevó para la ciudad. De eso el viejo Jeep recuerda las luces, la cacofonía de interferencias que nunca se detienen, y las docenas de palomas que irreverentemente cubrían su carrocería con las consabidas cagaditas.
El Jeep se quedó en la ciudad por varios años, manejado con poca frecuencia, hasta el día en que oyó la voz del viejo inglés por primera vez. "Esto es exactamente lo que he estado buscando yo, muchacho!", oyó, y el burro de arranque luchó intentando arrancar el motor. “¡Este Jeep y yo recorreremos el mundo!".
Dos semanas más tarde, su motor ya estaba completamente reconstruido, sus fluidos totalmente recambiados, y rodaba rugiente sobre un juego completo de cubiertas nuevas. También lucia una nueva repintada, azul claro esta vez, con una pequeña bandera inglesa donde antaño estuviera montada la radio.
Lo que siguió fueron los mejores seis años de su vida. El viejo inglés, un noble paisano con una gran prestancia para la aventura, le condujo a través de Europa, India, África, Australia, y luego a Canadá.
El paso inexorable del tiempo había deshilachado las memorias del viaje, pero el Jeep podía recordar miles de tanques de nafta, juego tras juego de cubiertas, y el ocasional repuesto que lo mantenía en forma. Habían huido de los bandidos en Turquía oriental, habían transitado sobre las vías del tren bombardeadas en el Punjab, habían cruzado las llanuras resecas del Serengeti y la tundra congelada de Canadá del norte, resistieron el calor abrasador, las lluvias del monzón, y las tormentas de arena. Finalmente, el viaje los había llevado a Vancouver, donde el viejo inglés se enteró de que su hermano había fallecido y que sus haciendas en Gran Bretaña debían ser atendidas. Con ojos brumosos, el viejo caballero vendió el Jeep a un comerciante, y los dos compañeros de viaje separaron sus caminos para siempre.
Doce años y tres dueños más tarde, cada uno de los cuales compró el Jeep por su bajo precio y abusó de él despiadadamente, fue permutado por los servicios de su dueño actual, un carpintero en Montana. Ahora era manejado sólo pocas veces al año, usualmente en el verano, y su pintura estaba tan decolorida que apenas podía verse la bandera inglesa en su lado izquierdo. El asiento del pasajero se había ido, como también estaban ausentes la rueda de auxilio y los cristales del parabrisas, y su único compañero era un antiguo camión de reparto Marmon-Herrington cuya caja había sido atacada por el óxido y su humor golpeado por años de negligencia.
"Está aquí detrás, en el establo" oyó que una voz fuerte dijo, sacudiendo de sus memorias la vieja espalda del Jeep. Su dueño estaba acercándosele al establo, hablando con un alto y distinguido caballero de pelo plateado. "He estado buscando uno de estos durante un buen tiempo”, la voz nueva dijo, “Quiero restaurarlo a su condición original".
Había algo reconfortante en la voz del viejo caballero, que hizo esperanzar al Jeep y desear que no estuvieran hablando del camión de reparto. "Allí está”, dijo su dueño, “detrás del viejo camión". El viejo colocó su mano cautelosa en el capot descolorido del viejo jeep, fascinado. "Uno de estos salvó mi vida una vez, en los tiempos de la guerra” dijo pausadamente. Había algo raramente familiar acerca de esa voz melancólica, pero el viejo Jeep no lo podía adivinar. "Está en mejor forma de lo que pensaba. ... cuánto quiere por él?" dijo el viejo, caminando lentamente alrededor del Jeep y mirando con atención debajo. “Por qué no hablamos de eso adentro, delante de una taza de café? Hace frío aquí afuera", dijo su dueño, y los dos hombres se marcharon dando media vuelta.
Una media hora más tarde, su dueño lo puso en marcha, y el viejo motor se estremeció y disparó por su escape todo su desacuerdo. Lentamente, lo condujeron encima de un remolque enganchado a una gran Suburban. El viejo tomó algunas correas del compartimento trasero de la camioneta y comenzó a asegurarlo al remolque. El viejo Jeep no podía creer lo que pasaba cuando una lona flamante le fue colocada encima y atada firmemente en su lugar, amortiguando el sonido de las voces que se escuchaban alrededor: "Abuelito, cuando termines de restaurarlo, podré pasear contigo en el Jeep?" oyó que decía una niñita entusiasmada. Nadie había mostrado tanta excitación por él en décadas, e hizo que el viejo Jeep se sintiera muy bien. Algo así como los jóvenes soldados tantos años atrás, nuevamente alguien que realmente lo apreciaba. "Bien, fue un placer hacer negocios con usted”, dijo su viejo dueño. Y agregó: “Espero que disfrute de su Jeep, señor Jones". "Por favor", el viejo replicó con una sonrisa, "llámeme Jonesy, todo el mundo lo hace..."



Título original: "Tales of an old Jeep"

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Flavio, todavía tienes el jeep a la venta? saludos

3:58 AM  

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